lunes, 22 de febrero de 2010

Él, su navío, la mar, sus tormentas y sirenas. Pt.1

Él, hombre a la mitad de sus veintes. Piel dorada, de ese tono que solo poseen aquellos que viven en costa. Habitante de una pequeña isla cuyo nombre sobra mencionar ya que no existe porque esto es ficción y en caso de existiera sobraría decirlo ya que nadie la conocería.

Y él vivía en plenitud hasta que un día como cualquier otro, tan intrascendente como el mejor día de tu vida, entre trago se dispuso a hablar con un viejo igual de borracho que el, un hombre de aspecto sórdido con el que nunca se había encontrado, algo extraño en un pueblo tan pequeño y este le platico acerca de los supuestos viajes que había realizado aprovechándose de que él solo conocía su tierra natal y toda su vida había tenido que conformarse con la contemplación de la inmensidad del mar. Y le hablo de tierras lejanas, pobladas, divertidas, frenéticas y perversas, platico de lo que algunos habitantes llamaban sirenas, mujeres hermosas de todos los colores y si uno probaba su coño y sudor podría enterarse que hasta poseían diversidad de sabores. Él dudoso pero excitado por las descripciones mencionó que una mujer con extremidad de pez no le resultaba excitante bajo ningún aspecto ante lo cual el hombre de mar contesto que no existían mujeres con tales colas, que estas eran como cualquier otra, con su vagina y sus dos piernas. Y de estas y otras cosas le hablo el hombre, cada igual o menos maravillosa que la antes descritas pero él solo se concentraba en esas mujeres variadas de tierras extrañas. El viejo corto sus narraciones para ofrecerle un pequeño navío que tenia en venta, uno no tan grande para llegar a barco ni tan pequeño para ser considerado lancha, salieron de lo que podríamos llamar cantina y caminaron hacia la costa y observaron la ya mencionada embarcación, el trato se cerro de regreso en la cantina con mas alcohol sobre la barra y dentro de sus cabezas dejando a él sin su ganancia semanal cosa que no fue impedimento para que la fiesta siguiera, la gente salía, la gente entraba, el sol se ponía y desaparecía y continuo hasta que el viejo del navío dijo que iba a miar ya para nunca regresar dejando a él solo en la barra y con dos cuentas por pagar.

Pasaron los días, él se despertaba, salía al trabajo, cortaba árboles y los convertía en madera, llegaba a casa, jodido y sudado, llegaba a su casa a cenar con su madre, conejo, pollo, pato, hierbas o en otros casos puro caldo. Hablaban del trabajo y de uno que otro chisme de los pocos vecinos. Y así una y otra vez y otra vez y otra vez hasta que un día él se despertó, salio hacia el trabajo, pensando en los árboles que terminarían en madera y después en una silla que después quedarían en el olvido junto a quien sabe cuanta mas mierda, regreso a casa y mientras su madre dormía en un costal metió todos los alimentos que encontró, salio encaminándose rumbo a la costa arrepentido de no dejar ni siquiera una carta de adiós. Subió a su velero, porque eso era mas el no lo sabia y después de minutos de practica logro entender como funcionaba la embarcación y así fue como él se adentro a la mar dispuesto a jamás regresar.

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