miércoles, 9 de diciembre de 2009

El fruto.

Y esta es la historia de un hombre que caminando por calles que le eran totalmente ajenas observo a un viejo con una canasta de frutos tan grande para el pequeño cuerpo del viejo que este tenia que cargarla en la espalda. De dicha gran canasta cayó uno de esos desconocidos frutos al suelo. Aprovechando que el viejo no se percato, el hombre que protagoniza esta historia decidió tomar el fruto del suelo siguiendo su camino a paso apresurado, sonriente, orgulloso de su logro hasta que escucho una voz cansada y carrasposa que con un acento extraño y una dicción pobre le mencionaba: ya pagaras cabrón del disfrutar de lo ajeno sin merito alguno, pagaras la osadía de chingarte un fruto divino, cabrón.

Nuestro protagonista siguió su paso firme sin mirar tan siquiera de reojo hacia atrás como si nada hubiese pasado. Y así continuo con fruto en mano a través de calles ocupadas tan solo por carros destartalados, mierdas de perro y orines de borracho. Se paro de golpe, sin razón aparente, para apreciar al fruto que le resultaba ajeno y tan extraño. Sin titubear un segundo lo acerco a su bocaza para dar una gran y desproporcionada mordida casi logrando degustar la mitad del fruto. Dejo que el placer lo abordara mientras su lengua se regocijaba en una tormenta de sabores que resulta indescriptible, por lo cual no es necesario indagar mas en ello.

Continuo su paso. Termino el fruto. Nunca había estado tan satisfecho. Después de horas de vagar llego a su hogar donde lo esperaban unos ricos huevos con frijoles bañados en salsa verde, los cuales ante el primer bocado terminaron siendo regurgitados inmediatamente.

Y pasaron los días sin que pudiera engullir algo.

Y pasaron los días y murió de hambre.

Eso es lo que pasa cuando pruebas lo divino, cabrón.

Después de eso, ya no hay mas.

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